Desde
la misma historia del hombre, la educación se convierte en un factor decisivo
para humanizar y pone en marcha mecanismos de transmisión para los nuevos
miembros de las comunidades del conocimiento o sociedades del conocimiento, por
lo que no basta la educación con el aceleramiento de estas comunidades, es más
que una actividad realizada conjuntamente por el docente, el alumno y el
conocimiento. Para cubrir esta necesidad de orientar la educación y su
enseñanza, surgen diferentes formas o estilos de enseñanza que conducen a los
sistemas escolares a reconocer un tipo de enseñanza encaminada a preparar a
sujetos para el mundo industrial o participación en el mundo del trabajo y en
su vida social, a través de la resolución de problemas en su vida cotidiana,
por lo que requiere la intervención de instancias específicas como la educación
para garantizar esta participación directa con la sociedad, tomando en cuenta
que la educación no es la única encargada de educar, sino que hay otras
instancias que permiten hacer este ejercicio como los medios de comunicación,
la familia, los grupos sociales que ejercen de modo directo el influjo
educativo. Bajo estas circunstancias la escuela se especializa en garantizar
que las cosas funcionen desde su raíz, desde los mismos contenidos de enseñanza,
desde sus formas y sistemas de organización metodológica y quizá desde el
reconocimiento de su evaluación, no como representación sino como una manera de
garantizar el proceso progresivo de la enseñanza-aprendizaje desde la
interiorización de las ideas, de la construcción del conocimiento y la practicidad, es decir, que tanto la
enseñanza como el aprendizaje sólo pueden apoyarse en la necesidad y
funcionalidad social, la exigencia operativa de tener una conciencia colectiva,
racionalista, crítica y no dogmática, permitiendo exponer el origen del
presente, prendiendo ser verdadera y no ficticia.
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